muertos con solera I
primera de «nosecuantas» batallitas dedicadas a fallecidos ilustres famosos o no, y de distintas épocas, pero que han marcado alguna diferencia, en el capítulo de hoy, el mendigo que ayudó a ganar la segunda guerra mundial…
Corría el año 1943 y los planes de invasión del viejo continente por parte de los aliados estaban muy avanzados (llevaban más de dos años preparándola). Los alemanes fortificaban los dos puntos de acceso posibles, que se presumía podían ser las playas de Calais, la zona más próxima del continente a Inglaterra, e Italia en la parte sur del frente.
Patton, el general norteamericano famoso por sus ataques de ira, posiblemente fruto de su genética, de su crianza, de su temperamento y de las frecuentes caídas del corcel como oficial de caballería (carros de combate), había protagonizado otro de sus sonoros incidentes al golpear a un soldado convaleciente mientras visitaba un hospital británico para heridos de guerra, y había caído en desgracia (de hecho, tras el incidente, hubo de pedir perdón públicamente al ejército británico y después servir de marioneta en varias actuaciones para otro general, el comandante supremo aliado, general Eisenhower, el único con paciencia, tacto y diplomacia para domar al iracundo general).
Su primera función fue la de ponerse al frente de la «Operación Fortitude», un ejército imaginario, de barracones, aviones y tanques de madera que motivó que los servicios de espionaje alemanes supusieran un ataque doble, tanto por Noruega por el norte, como por Calais… mientras el grueso del ejército aliado navegaría 10 horas más hasta lograr desembarcar finalmente en las playas de Normandía, más al sur.
Resuelto el engaño por el norte, faltaba aún desconcertar al enemigo por lo que se refería al asalto desde el sur, así que el 24 de abril de 1943, un submarino británico que llevaba varios días oculto en el estrecho de Gibraltar estudiando las mareas, lanzó al mar un cuerpo que unas horas después sería convenientemente arrastrado por la corriente frente a las costas de Huelva, donde fue recogido por un pescador.
El cuerpo era el de un mayor del ejército de su majestad… el oficial William Martin, perfectamente vestido de civil, con su documentación en regla, una foto de su prometida en la cartera, un recibo de 57 libras por la compra de un anillo de compromiso en el bolsillo, un papel con varios números de teléfono anotados, dos billetes de autobús… y esposada a su muñeca, una cartera de mano con documentos oficiales.
El hallazgo fue notificado de inmediato por las autoridades españolas al consulado británico, y éste, tras confirmar que un avión había desaparecido en la zona con un militar de alta graduación en su interior, solicitó de los primeros que con la máxima discreción y celeridad, les fuera devuelta la valija del fallecido, lo que se hizo no sin antes abrirla y comunicar a los nazis el jugoso contenido de su interior, lo cual pudo ser verificado en Londres tras inspeccionar la cartera.
Los documentos indicaban los planes de invasión por Grecia del ejército aliado, y Patton, que aún seguía representando su papel, corroboró la noticia, al ser visto en aquellas latitudes, lo que dio más credibilidad a la información. Todo esto motivó el repliegue inmediato del grueso de las tropas alemanas de Italia, y su despliegue en Grecia.
Hoy en día, en el cementerio de La Soledad en Huelva, la tumba número 14 del Sector San Marcos, guarda los restos de un británico cuya lápida reza:
«Mayor William Martin
29/03/07-24/04/43
Amado hijo de John Glyndwyr Martin y de la fallecida Antonia Martin de Cardiff, Gales
<Dulce et decorum est pro patria morir> (es dulce y honroso morir por la patria)»
y un poco más abajo, más reciente, la siguiente inscripción:
«Glyndwyr Michael sirvió como el Mayor William Martin en la Royal Navy».
El señor Glyndwyr Michael era un mendigo que falleció dos veces, la primera en Inglaterra, fruto de una bronconeumonía… tras afeitarle, cortarle el pelo y vestirle, le hicieron fotos para su documentación, y le enviaron a realizar la misión «de su vida».
Como anécdota añadir que a su funeral su «prometida» le hizo llegar una corona de flores, pero que durante muchos años tras su muerte, una residente de Huelva llamada Isabel Naylor, hija de un ciudadano inglés y una cartagenera, no dejó de poner flores frescas en su tumba sabiendo que tras la sencilla inscripción, se ocultaba la verdad de un héroe que, sin querer, cambió el rumbo de la segunda guerra mundial… tanta perseverancia fue recompensada por Isabel II en 2002, cuando otorgó a la buena mujer de 75 años, la Orden del Imperio Británico por cuidar con mimo… al hombre que nunca existió.
P.D. Patton, que poco después de terminar la guerra seguía tocándole las narices a sus mandos con su verborrea (llegó a comparar a los políticos norteamericanos con los nazis, y abogaba por continuar la guerra para terminar con los comunistas), fue nombrado administrador de una parte de la alemania recién conquistada, y poco después moriría mientras ejercía su función, en un absurdo accidente de tráfico.