Archivo de mayo de 2009

Maquetando mode ON

Este es uno de mis mil proyectos pendientes… a decir verdad, el más sencillo, y por eso le he metido mano el primero.

Primera versión de la guía esencial para estudiantes en prácticas, que se irá ampliando con el tiempo y las sugerencias de la peña.

Disponible AQUÍ

Benditas tiendas de segunda mano

En estos momentos acabo de terminar la primera temporada de Being Human, una serie británica interesante por el enfoque. La acción se desarrolla en una casa, donde un vampiro atormentado por las atrocidades cometidas en el pasado, un hombre lobo tímido que evita cualquier relación sentimental ante el rechazo que le supone su propia naturaleza, y una chica fantasma que no olvida al novio que dejó al morir, intentan llevar una vida lo más normal posible, creando un espacio donde sentirse seguros, queridos y acompañados.

Es, como todas las series inglesas, de pocos capítulos, pero desde el segundo ya estás enganchado, y hay momentos verdaderamente memorables cuando afloran los sentimientos y los protagonistas van desnudando sus almas de temores y prejuicios.

Por otro lado, en la última semana he asaltado las librerías en dos ocasiones, y ahora mismo tengo a la vista una buena pila de libros a los que iré hincando el diente; ya he terminado con «El mundo amarillo» de Albert Espinosa, guionista y director de cine, superviviente de un Ca que se llevó su pierna, un pulmón y parte del hígado, y que tras escribir y dirigir «la 4ª planta», película autobiográfica donde las haya, nos trae ahora su teoría sobre lo que se gana en la pérdida.

Y como los días son largos y voy sobrado de energías, mis mañanas del desayuno en la terraza de mi cafetería favorita se las dedico a «La gran pesquisa» -Tom Sharpe-,  comedia británica del autor de «las tribulaciones de Wilt»; mientras que las tardes/noches van para «Electrografía básica» -R. Moreno Gómez-, que me está llevando un poco más de tiempo del habitual, porque voy pillando notas y haciendo esquemas.

Drive – Dawn Landes

cosinas

nanoesperma

Cada día más prescindibles, solo queda el consuelo de que haya quien aún folle aunque sea para hacer amigos.

Visto aquí

se me ocurren varias maneras

de decir esto, pero creo que hoy, y sin que sirva de precedente, voy a emplear la fórmula resumida…

¡¡¡YA SOY 2/3 ENFERMERO!!!

baile31

y ahora que vamos a ser los próximos «mayores» de la escuela, nada mejor que homenajear a nuestros compañeros, nuestros amigos, deseándoles todo lo mejor.

… momentos robados al tiempo, un montón de recuerdos buenos… malos… pero la vida es así, el secreto es mantener la mirada limpia y los sueños intactos.

una de frenillos (y II)

Bueno, sigo en mi rotación por quirófano, así que creo que vale la pena terminar la historia que empezó unos días atrás, bajo la tutela de la siempre sabia pluma del creador de la tira Ecol.

Tengo nueve puntos de sutura en el pene

Me encanta la frase. Me imagino a John Wayne, en la barra del saloon, ajustándose el sombrero. Después pide otro whisky doble y se pone a hablar de la fórmula uno.

El viernes fui a la consulta del médico, un amigo de mis padres.

—Se me hace un poco extraño estar aquí enseñándote la polla —le dije mientras me aflojaba el cinturón.

—Tranquilo, ni te la voy a tocar.

Procedí a enseñarle el pastel. Le estoy cogiendo vicio al asunto. A este paso un día se la enseño a la cajera del supermercado. En un segundo me dijo lo que dicen todos lo médicos, que se trata de un procedimiento nimio, que es cosa de un momento. Deberían grabarlo en una cinta para ahorrar saliva. Coser y cantar. Supongo que él cose y yo canto. La melodía que me vino a la cabeza no me gustó nada.

Me dice que el proceso indicado es una frenuloplastia y ya puestos, para que la cosa quede fetén, me aconseja una circuncisión. Y elevalunas eléctrico y llantas de aleación. Yo quiero que me corte el frenillo y él sugiere desfigurarme. Se inicia una discusión. Toma una hoja de papel y me dibuja dos pollas. El proceso me evoca recuerdos de mi infancia. En el colegío yo tenía compañeros que hacían lo mismo en los márgenes de los libros. Eran los más malos de la clase. Me pregunto si se hicieron urólogos. A ellos también les gustaba desfigurar a la gente.

Le digo que no tengo ningún problema con el prepucio, que de hecho le tengo cariño. Lo primero que me enseñó mi padre fue que la vida del ingeniero industrial era maravillosa. Luego me dijo que, si me la descapullaba siempre después de mear, llegaría lejos. No todos los consejos de mi padre me han resultado útiles pero, desde luego, si de algo estoy seguro en esta vida, es de que mi prepucio es completamente funcional. Es una de esas certezas fundamentales que invariablemente sentencian una conversación.

—La ventaja secundaria es que, sin piel que lo recubra, el glande se insensibiliza, lo que retarda la eyaculación —me dijo con una sonrisilla pícara que en la República Dominicana vendría acompañada de un guiño y un «Ya tú sabes mi amol».

—Créeme que ése no es el problema. Limítate al frenillo.

—Vaya, control mental, ¿eh? —dice levantando una ceja.

Alguno dirá que es lo único que mi mente ha hecho bien en los últimos años.

El sábado por la mañana, antes de conducir 120 kilómetros, me estaba poniendo la ropa de quirófano.

—¿Mañana me dolerá la polla? —pregunté turbado al médico.

—Sí, estos pequeños son para los zapatos.

Cuando nadie te entiende es que las cosas no van bien.

Luego entré en la sala. Me esperaban el doctor y dos enfermeras. Me tumaron sobre la camilla y pronunciaron la primera frase que indefectiblemente me dicen los médicos, me duelan la espalda o las muelas:

«Bájate los pantalones»

Los galenos no prestan dinero y los bancos no operan gente. No entiendo por qué ambos tienen que exigir lo mismo.

Una enfermera me sujetaba la minga y la otra me extendía un líquido ocre alrededor de los genitales.

—Píntamelo bien —decía el médico. Parecían estar pasándoselo en glande.

Con dos enormes focos me iluminaron la entrepierna. En aquel momento mi polla estaba recibiendo más luz que la jeta de Mick Jagger al subir a un escenario. Eran focos de esos que emplea la policia para iluminar edificios cuando dentro se mueven delincuentes. Tuve la impresión de que mi pene acababa de robar un banco. Estuve a punto de pedir un avión lleno de combustible.

Yo seguía el procedimiento mentalmente con la mirada en el techo. Ahora tocaba la parte de la cremita anestésica. Lo que vi fue una mano con una jeringuilla.

—Oye, ¿no era cremita? —pregunté alarmado.

—La inyección mucho mejor. Sólo es un centímetro. —Cuando las unidades no tienen ningún sentido es que algo va mal.

—¿Dónde cae la inyección? —Recé para que de sus labios salieran las palabras «ingle» o «huevo derecho».

—En todo el frenillo —dijo antes de bajar una ceja como los toreros.

Aunque uno piense que sea uno de los peores sitios en los que le puedan pinchar, la verdad es que no es para tanto. La próxima vez que vaya al dentista le diré que me pinche en la polla.

Miré a las enfermeras y les dije:

—Me lo he hecho jugando al ajedrez. No juguéis nunca; es muy peligroso.

—Sí, desde luego es peligroso jugar al ajedrez con la polla —dijo el médico con sorna—. Espero que por lo menos matases a la reina.

Rara vez me giran un chiste, y menos con ese tempo. Esta fue una de esas ocasiones. Me hubiera quitado el sombrero si no hubiera estado rezando.

—Ahora notarás una ligera quemazón debido a la anestesia —añadió mientras el miembro comenzaba a arderme como si lo hubiera puesto sobre un fogón eléctrico. Cambié las oraciones por maldiciones.

Un bisturí eléctrico es un ingenioso invento de la ciencia moderna. Te ponen una pegatina en cualquier lugar del cuerpo y ese punto actúa como masa. Luego no hay más que acercar el otro polo a la piel y salta un arco eléctrico mientras un olor a pollo frito se eleva en el ambiente. Es el mismo principio que en la soldadura eléctrica, sólo que aquí no se suelda metal sino delicado tejido blando. No sé para qué te ponen anestesia si igualmente te duele como si te estuvieran atravesando el pijo con un hierro candente. Me pregunto si es el mejor procedimiento para operar un órgano vital.

Una eternidad más tarde, el médico cogío aguja e hilo y dijo lo que dicen en Eurovisión cuando todos han terminado de cantar:

—Ahora vienen los puntos.

Las puntadas también duraron una eternidad. Es lo que pasa cuando se tiene un miembro descomunal, que estas cosas llevan su tiempo. Cuando tenía doce años, en el colegio nos hicieron tricotar una bufanda. A mí me costó menos. El hilo se deslizaba con soltura entre mis carnes. A mitad de faena la enfermera tuvo que salir a por otro carrete. La gente se pregunta qué ventajas puede tener el poseer un pene de chino. Como mínimo hay una.

—Ya está —dijo por fin con alborozo como quien termina un sudoku—. Échale un vistazo.

Levanté la cabeza tímidamente preguntándome si de verdad quería ver aquello. La primera película que me vino a la cabeza fue Frankenstein. Luego El increíble hombre menguante. Mi pobre amigo nunca había visto un día peor. Tenía un aspecto terrible. Era como uno de esos cadáveres en la morgue a los que han hecho una autopsia y están cosidos de arriba a abajo. Parecía un personaje de Tim Burton.

—No te preocupes —le susurré con toda la convicción que fui capaz de reunir—: volveremos a brillar.

Cualquier superhéroe que se precie debe experimentar una tragedia antes de adquirir los superpoderes que le convertirán en una leyenda. Lo sabía Aristóteles y lo sabían en la Marvel. Mi gran momento estaba sin duda próximo. Ya era hora. Mi padre se ríe, pero alguien tiene que salvar el mundo.

Me untaron una crema amarillenta y me pusieron la capucha. El médico procedió a desgranarme los detalles de la recuperación:

—En los próximos cuatro días ni te la mires. —Iban a ser los cuatro días más largos de mi vida moderna—. Al quinto, en la ducha, te bajas el prepucio y te das una refriega.

Para las mujeres, diré que cuatro días sin descapullarse el churro son como cuatro días sin limpiarse el culo.

—Conozco a gente muy cafre que lo ha hecho —añadió—, pero te recomiendo que te abstengas de follar hasta que se te caigan los puntos. Si no, igual se te cae otra cosa. De diez a quince días.

Para las mujeres, me encantaría decir que quince días sin follar son como quince días sin limpiarse el culo, pero la verdad es que pasan volando. Eso no quita que me encante limpiarme el culo.

—Hala, a volar —dijo quitándose los guantes.

Me bajé de la camilla con cuidado. Una vez tuve unos pantalones a los que en un mal gesto se les rompió una costura. Me alejé renqueando por los pasillos.

De camino al coche le dije a mi padre:

—Bueno, una cosa menos.

—Literalmente —dijo.

Mi padre es un cachondo. Veremos si se ríe cuando le extirpen la próstata.

El fin de semana lo pasé en Almansa, recuperando una clase de Programación Neurolingüística que me perdí cuando estuve ocho días en la República Dominicana, cuando sólo bebía ron y todavía tenía un frenillo. El grupo era nuevo para mí. Me veía obligado a sumergirme entre un montón de desconocidos.

Lo bueno de venir de una frenuloplastia es que no tienes que hablar del tiempo. No hay silencios incómodos que tengas que rellenar con insustanciales conversaciones sobre el tiempo. En cuanto te descuidas estás en el bar tomando un café con leche y tu pene es el centro de atención. Todo el mundo quiere saber más, todo el mundo ríe y es feliz. Todos te miran con compasión y ternura, todos se quieren sentir próximos, todos quieren saber más. Te diré algo que probablemente nadie te haya dicho antes: a la gente le encanta que hables de tu polla.

No entiendo por qué la gente protege con tanto celo su vida privada. No entiendo esa preocupación por la intimidad. No te tomes tan en serio; nadie más lo hace.

Yo tengo nueve puntos de sutura en el pene.

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cuesta resistirse

por mucho que la historia es terca y nos enseña una y otra vez que cuando se orquesta algo para conseguir un fin espurio, raras veces se alude expresamente a ese fin; manipulamos y utilizamos el sentido tribal del grupo, eligiendo una víctima propiciatoria, ensuciando su imagen, y finalmente actuamos contra él «según pide el pueblo»… que pide según se le dicta.

Hoy estoy particularmente harto de la condición humana que pasa por la patraña de los unos, y las actitudes sumisas y borreguiles de los otros.

¡que les den por donde amargan los pepinos!… y al futbol ¡también!

aviso a navegantes

A todos los amigos, colegas, conocidos y gente de mal vivir en general que tengo en el MSN, si vuelvo a leer cosas como «te fuisteS» o «te marchasteS» o similares, tendré que matar a alguien dándole de mamporros con el diccionario en la cabeza y luego me arranco los ojos.

podio podio

Weno, hoy toca comida familiar, luego almuerzo de cumple de un amiguete y finalmente, cena de cumple de otro amiguete… ahora comprendo que, hasta que llegue a desarrollar el don de la ubicuidad, la vaca es el ser más evolucionado con sus tres estómagos.

Ya solo queda un examen… y seré libreeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

biennnn1

Free Loop (Live From Studio A) º – Daniel Powter

puesssss

esto se acaba y de alguna manera, me siento como si estuviera todo el día medio drogado, un poco ajeno, empapándome de todo y aunque el corazón me late como un caballo desbocado, extrañamente tranquilo.

Recapitulando, este año tendré un total de 13 exámenes, de los cuales ya tengo superados 11 y me faltan 2.

Próxima cita mañana con Materno Infantil… ya queda menos…

Carry On My Wayward Son – As Made Famous By Kansas

una de frenillos

De la mano del creador de la tira ECOL (los amantes de Linux lo entenderéis), la narración en primera persona de un caso clínico, visto desde la perspectiva histriónica que tanto me gusta…

¡No folléis!

Cualquier material sometido a esfuerzos cíclicos o repetitivos, incluso bajo fuerzas inferiores a la llamada “carga de rotura”, es susceptible de sufrir lo que se conoce como “rotura por fatiga”. El material sufre una grieta inicial que se amplía como consecuencia de los esfuerzos posteriores.

La semana pasada me desgarré el frenillo. No tengo ni idea de cómo pudo pasar.

El frenillo, para todos aquellos que no dispongan de un pene o de un profuso interés por la anatomía, es una suerte de pellejo que une la parte inferior del glande con la piel que lo recubre. Es una de esas partes del cuerpo que, por su inaccesible ubicación (en el reverso de lo que en algunos círculos se conoce como polla), pasa generalmente desapercibida. Su función principal, en los tiempos que corren, es la de provocar dolor. Ahora entiendo a los judíos y sus extraños sombreros.

Desde que tuve mi primera erección siempre supe que en algún momento de mi vida me acabaría rompiendo algún componente del aparato. No es que folle mucho, todo lo contrario, pero he pasado más horas en el simulador que un piloto comercial. Soy de los que se preparan concienzudamente para cualquier actividad que realicen, y más si la actividad se considera sacra. En mis oídos resuenan ahora las palabras de un amigo: “Un día nos vamos a romper el manubrio”. Ese día ha terminado llegando.

Muchas cosas han cambiado en mi vida, y aun así me sorprendí con la conversación al llamar a casa. Mi madre descolgó el teléfono. Me sentí como si llamara desde la secretaría del colegio para decirle que me habían quitado el bocata en el recreo.

—Mamá, que de tanto darle al mete-saca me he desgarrado el frenillo.

Silencio.

—Supongo que no estás hablando de la lengua.

—No mamá, no hablo de la lengua.

—Bueno, por lo menos tendrás algo de lo que escribir, que llevar tres semanas sin colgar una columna. Tu padre está que se sube por las paredes.

Algún lector, a lo largo de los años, se habrá preguntado de dónde carajo he salido. A estas alturas se puede ir haciendo una idea.

Al principio sólo se trataba de una pequeña molestia. Tres días después se me hizo patente que aquello no tenía buena pinta. Sabía que tenía un frenillo, pero los detalles de su fisionomía no me eran familiares. La parte posterior del pene es algo así como la cara oculta de la luna: está cartografiada pero no se le suele prestar mucha atención. Podría instalarse allí una colonia extraterrestre y pasaría desapercibida una buena temporada.

He oído historias sobre frenillos que, en plena faena, se rompen de manera espectacular con una banda sonora de aullidos y más sangre que una película de Tarantino. Ellos quedan doloridos. Ellas perplejas. Unos y otros piensan “Ya está, ha sucedido. A esto se referían los curas”, y miran por la ventana esperando escuchar las trompetas del apocalipsis y vislumbrar una nube de langostas. Venían masturbándose durante años sin que les salieran pelos en las palmas de las manos y sin quedarse ciegos. Se habían confiado. Y en ese momento, en ese fatídico instante, su inocencia se quebranta y sus corazones se congojan.

Yo sentí una punzada. Dos días y cien kilómetros después empecé a notar que vibraba la dirección. Pensé que tendría un neumático desalineado. Levanté el coche e inspeccioné los bajos. “Au, esto duele; creo que está roto”. Como no soy mecánico y la cosa todavía andaba, bajé el vehículo e hice cien kilómetros más. La luz roja seguía encendida en el salpicadero. Volví a inspeccionar. “Caray, esto pinta peor, y desde luego no tiene aspecto de arreglarse solo”. El dolor al abrir y cerrar el capó empezaba a ser insoportable.

El domingo por la mañana entraba en la unidad de urología, que viene a ser el lugar en el que oficialmente reparan pollas. Un tipo alto de unos sesenta años metido en una bata me miró tras el mostrador de recepción.

—Hola. Tengo un problemilla en una zona muy particular y que me resulta extremadamente molesto.

Me di cuenta de que estaba dando demasiados rodeos para estar tratando con alguien especializado en problemas de penes.

—Creo que me he desgarrado el frenillo —concluí.

—Al fondo del pasillo, bajando por las escaleras —contestó.

Tomé número y me senté. Afortunadamente había poca gente. Hubiera esperado a la tarde. Alguien me dijo una vez que las urgencias hospitalarias están desiertas a la hora del fútbol, pero mii frenillo tenía tal aspecto que decidí buscar ayuda profesional lo antes posible. Además, ya me dolía hasta al respirar, actividad que suelo efectuar con bastante asiduidad. Sentado en la silla, me volví a ver caminando hacia el hospital con punzadas en la entrepierna.

La salud es como ese amigo que uno sólo valora en su verdadera magnitud cuando ya se ha marchado. Caminaba por las aceras como podía y observaba las caras de los demás transeúntes. Parecían felices. Claro, ellos no tenían el frenillo desgarrado. Cuando estás jodido te encuentras en una especie de burbuja personal y el resto del mundo parece lejano. Ahí estás tú con tu problema, completamente anónimo. Me entraron ganas de gritar al mundo que me dolía la entrepierna.

Me llamaron por mi nombre. Empujé la puerta de urgencias a pesar de que ponía “No pasar”. Caminando por el pasillo pensé en si deseaba que el médico fuera hombre o mujer. Pensé que un hombre podría ser más sensible y empático ante mi problema, pero me atraía más la idea de bajarme los calzoncillos ante una mujer. Siempre ha sido así.

La doctora me recibió y me introdujo en una especie de box. Me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera en la axila. Después me tomó la tensión y me preguntó qué me sucedía. Le expliqué la película y ella tomó algunas notas. Después apuntó en una hoja:

Temperatura: 36.6 ºC
Tensión: 136 / 82
Pulso: 93

Comprenderá el lector que, en tales circunstancias, mi frecuencia cardiaca se encontrara ligeramente alterada.

La doctora me dijo que me bajara los pantalones hasta las rodillas y que me tumbara sobre la camilla. Me cubrió el pastel con una especie de sábana de reducidas dimensiones y salió entre las cortinas diciendo que la doctora vendría en seguida. Por lo visto ella lo único que hacía era tomarte la temperatura y la tensión y dejarte con el culo al aire.

Quedé allí tumbado con una telilla tapando las partes. Me pregunté si realmente me habría desgarrado el frenillo o si lo que me sucedía era otra cosa. Después me pregunté por qué tardaba tanto en venir la doctora. Supuse que andaría en algún lejano lugar del recinto con otra polla entre las manos. Me vinieron a la cabeza tres chistes de doctores y pollas. Entre las cortinas escuchaba a un grupo de mujeres debatir sobre diferentes dietas y sobre por qué determinada serie de televisión era una mierda. Una suave modorra comenzó a apoderarse de mí y me dejé llevar. Me pareció una buena manera de evadirme de una nueva situación surrealista de mi vida.

No estoy seguro de cuánto tiempo pasó. Ella me llamó por mi nombre. Abrí los ojos. Debía de tener unos 27 ó 28 años y estaba buena. Me preguntó qué me pasaba. Le volví a contar la película.

—¿Ha sucedido teniendo relaciones? —preguntó.

Estuve tentado de decirle que me había pasado follando, pero es mejor no hacerse el gracioso con aquellos de los que tu salud depende. Le dije que sí.

Se sentó junto a la camilla y abrió el regalo. Me sentí incómodo. Pensé que se agacharía y me haría una felación. Tantos años de ver porno han condicionado mi manera de ver las situaciones. Es por cosas así que nunca me aburro.

Prendió el cacahuete y deslizó el prepucio hacia abajo con brusquedad antes de que pudiera rogarle un poco de amor. Vi las estrellas como si estuviera tumbado en el suelo de un planetario. Supongo que no se le puede pedir mucha empatía a alguien que sólo ha visto un pene en los libros de texto, o como mucho en los cuerpos de personas de fisionomía muy diferente a la suya. Preferí no discutir.

Echó un vistazo detenido a aquel trozo de carne maltrecho. Dijo que, efectivamente, tenía un desgarro en el frenillo.

—Tiene usted un frenillo corto —afirmó.

Últimamente me dicen cosas muy raras.

Continuó explicando que lo que me había sucedido era algo muy común, por mucho que todos mis amigos continúen disfrutando de la entereza de sus frenillos, y que la única solución pasaba por cercenar el mismo con ayuda de un bisturí. Me vi atado a la camilla con un trozo de madera entre los dientes mientras alguien me hacía una carnicería en los bajos. Dijo que el proceso se hacía bajo anestesia local, y aunque me tranquilicé, hubiera preferido permanecer inconsciente durante tan delicado trance.

La miré cariacontecido.

—¿Podré tocar el violín? —pregunté.

—Por supuesto —contestó.

Fantástico. Siempre había querido tocar el violín. Me pregunté qué otras habilidades adquiriría tras la operación.

Volvió a subir el prepucio con descuido y se puso a palparme los huevos. Literalmente. Presionó ligeramente aquí y allá y me preguntó si me dolía. A punto estuve de decirle que no estaba de humor para follar cuando se me ocurrió que se trataba de algún tipo de prueba suplementaria. Tras unos segundos, dejó de tocarme los huevos, se levantó y me dijo que me podía subir los pantalones.

La acompañé a un pequeño despacho y allí me dispensó un pequeño informe que comenzaba afirmando que había acudido a la consulta por “Molestias en el pene”. A continuación había un párrafo en el que se describía mi polla:

“Meato ortotópico y permeable. Prepucio retráctil”.

Ya sé cómo empezar si algún día tengo que venderla.

Le di las gracias a la doctora y salí de allí. Por la noche hice cincuenta kilómetros más. Concluí que había nacido camionero.

Antes de llegar las vacaciones pasan anuncios por la tele de la Dirección General de Tráfico. Te dicen que antes de salir de casa compruebes los niveles y mires la presión de los neumáticos. Te dicen que pares cada dos horas y que duermas lo necesario.

Yo os digo: no folléis.

Tira Ecol

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