que no termine el domingo…

Cuando era un adolescente y sufría mis males de amor, siempre tenía el consuelo de pensar, que por alguna razón relacionada con la madurez, los adultos conseguían la receta mágica para no sufrir… la triste realidad es que miro a mi alrededor, y veo tanta o más confusión que entonces y, en mi delicado equilibrio, me considero afortunado.

Aún así, durante meses he conservado celosamente algunos cajones con ropa de otra persona, cuando el paso del tiempo indicaba que simplemente quedaría ahí, como una huella molestamente dolorosa, el tributo a una huida precipitada.

Es curioso la cantidad de recuerdos que pueden evocar los tejidos, y es curioso lo complejo que resulta hacerme con un espacio que necesito, por mucho que hace bien poco intenté solucionarlo desprendiéndome de parte de mi vestimenta habitual.

Hoy he vaciado los armarios y toda esa ropa descansa en un triste montón en el rincón menos accesible de la casa, allí donde rara vez poso la mirada, esperando a que me decida a doblarla y compre una maleta con la que despacharla a su legítima propietaria.

Otro detalle que a ningún observador avispado que visite mi casa pasa desapercibido, es la existencia de marcos vacíos… no soy amigo de hacerme fotos, y las únicas que atesoro como recuerdo mudo de otros tiempos, son las de la mili y las de mis hermanos fallecidos, pero que me niego a poner presidiendo el salón, se que a ellos no les hubiera gustado.

Mis marcos vacíos son todo un reto para mi, no tan incómodos como para ocultarlos en mi espacio recién recuperado, pero chocantes en si mismos… creo que después de todo, regalar un marco para fotos puede ser un detalle del peor gusto.

Deja un comentario

This site is protected by WP-CopyRightPro