muestras gratuitas

Hoy he ido a la farmacia a comprar Blastoestimulina para la cura de mi amigo, y al pagar, la farmacéutica me saca tres sobrecitos y me dice «le dejo unas muestras»… yo miro aquello para ver de qué se trata, y se siente en la obligación de puntualizar «son unos antiarrugas» ¡arghhh!, no he podido evitar decirle «menuda indirecta más sutil» (se ha quedado cortada la pobre)… enfins, que ya estoy en la edad de que me bombardeen con productos para hacerme sentir más viejo de lo que soy… si no estuviésemos en crisis, seguro que sería un cliente de lo más apetecible para concederme créditos al consumo, pero tal y como va la cosa, me tendré que conformar con muestras gratuitas de cremas antiedad.

Es curiosísimo cómo son las cosas… cuando eres un pibe no tienes un duro, dificilmente te comes una rosca (o como yo, te emparejas durante un montón de años y te sales «del mercado»), estás más ocupado en conocerte a ti mismo que dispuesto a asumir a otra persona y sus circunstancias, y cuando finalmente tomas las riendas de tu vida, ya te empiezan a bombardear para encasillarte en un rol… no quiero ni pensar en cómo tienen que llevar esto las tías, a las que se les exige ser guapas, delgadas, monísimas de la muerte y que, llegada una edad, deberían estar colmadísimas de gozo con un par de churrumbeles y seguir siendo deseables para ser «normales» y que su autoestima no termine por los suelos… aún nos falta mucho, muchísimo para ser verdaderamente una sociedad libre de prejuicios y tabúes (yo, por si acaso, me quedo las muestritas, no vaya a ser que la farmacéutica tenga razón).

Me he dado cuenta de que cuanto más me encasillan, más miro hacia atrás, así que hoy traigo una canción que sonaba cuando yo tenía 5 ó 6 añazos… como era el quinto (e inesperado) hermano, y los otros cuatro se llevaban, como era habitual, un año o poco más, estaban todos en plena edad del pavo (en aquella época se decía «efervescencia juvenil»), y se encerraban cuando nuestros papis estaban fuera en una habitación, para fumar, poner un disco en el «tocata» (un chisme redondo de plástico que se tragaba el disco de vinilo y tenía altavoz incorporado), y bailotear o tramar revoluciones contra el dictador -Franco, no la figura paterna… que también-. Así que un día en el que llovía, volví ensopado de revisar mi charca favorita llena de renacuajos, y me planté frente a la puerta… olía más raro de lo habitual… una semana antes mi padre había tenido en la consulta a un hombre negro (yo jamás había visto a un negro, así que me pegué un buen rato espiándole hasta que le pregunté si su mamá no le lavaba, tras lo que él se rió con esa voz gangosa y profunda y yo me gané un azote de mi madre, que posiblemente tampoco había visto un negro en su vida, y que no alcanzó a darme el segundo, porque yo era un salvaje criado en el campo y corría como una liebre)… la marihuana había aterrizado en el pueblo de manos de aquel marine… y mis hermanos se meneaban al ritmo de la música; cuando me vieron espiando, me dieron con la puerta en las narices, y yo, con un mosqueo importante porque me daban de lado, sin saber muy bien por qué, grité «pues se lo diré todo a mamá»… ains, la puerta se abrió y salió una de mis hermanas… luego solo recuerdo que me dio unos metros de ventaja y me dijo «corre»… salí disparado hacia la casa de los vecinos, donde vivía mi noviecilla y donde solía merendar, porque su madre siempre me daba un pedazo de chocolate con pan, y eso me gustaba casi más que ella… y me giré, y solo vi una locomotora que me ganaba terreno en cada zancada, así que aterrizé humillantemente sobre la hierba mojada y solo tuve tiempo de volverme para ver horrorizado como mi hermana se sentaba sobre mi cara y aullando de placer, se tiraba un sonoro y triunfal pedo en mi jeta… ains… enfins, a lo que iba, la música que sonaba era esta…

Mama Told Me Not To Come – Tom Jones & Stereophonics

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